Adaptado y condensado por Claudio López Bruzual, MD.
Mucho antes de que los médicos e investigadores se dieran cuenta de los estragos que el COVID-19 causa en estos sentidos, diversos estudios ya habían señalado una posible relación entre la pérdida del olfato y las enfermedades neurodegenerativas. El gusto y el olfato son dos de los sistemas sensoriales más complejos que posee el ser humano. Y es que su función no se limita a la mera fisiología, sino que están tan íntimamente ligados a la memoria que son capaces de evocar sensaciones y recuerdos.
Como sabemos, esto es posible gracias a las conexiones filogenéticas que el sistema olfatorio tiene con el paleocórtex y con determinadas zonas del sistema límbico. Eso permite que sus axones se comuniquen con diversas estructuras cerebrales, entre ellas, la corteza olfativa. En pocas palabras, la actividad cerebral juega un importante rol en el gusto y el olfato, por lo cual algunas patologías que aquejan al primero, pueden afectarlos.
En el presente artículo tocaremos algunos aspectos de los daños neurológicos que el COVID-19 provoca en el sentido del gusto y el olfato de los pacientes.
COVID-19, un virus muy complejo
Al principio de la pandemia se creyó que el COVID-19 era solo una enfermedad respiratoria. Pero con el tiempo, los investigadores descubrieron que además de que también afecta el corazón, provoca daños en el cerebro. El virus es tan complejo que uno de los síntomas que permitió descubrir el fenómeno de los llamados pacientes asintomáticos fue precisamente la pérdida del gusto y el olfato.
Las revisiones y meta análisis de la literatura sobre los aspectos neurológicos del COVID-19 señalan dos tipos de afectación neurológica (secuelas para infecciosas y post infecciosas), así como tres mecanismos patogénicos principales de afectación del Sistema Nervioso Central (SNC) que pueden tener alguna posible superposición:
1 Daño primario directo al parénquima del SNC, lo cual es raro.
2 Síndrome de respuesta hiper inflamatoria (síndrome de liberación de citoquinas, comúnmente llamado «tormenta de citoquinas») el cual se ha observado, sobre todo, en las formas graves de COVID-19. Hay que decir que este mecanismo se exageró durante los primeros meses de la pandemia pues, estadísticamente, tampoco es un hecho frecuente (Mudd et al., 2020).
3 Sepsis sistémica, la cual que puede evolucionar a complicaciones como la encefalitis viral y la muerte.
Como ya dijimos, el compromiso neurológico en los pacientes de COVID-19 ha sido descrito desde las etapas iniciales de la epidemia: de 214 pacientes con COVID-19, el 36,4% presentaba síntomas neurológicos (Mao et al., 2020). Un estudio similar encontró que el 36% de los pacientes informaron de síntomas del SNC (alteración de la conciencia) y síntomas periféricos (por ejemplo, parestesias o cosquilleo anormal y ardor) (Wu et al., 2020). Un estudio más amplio (1099 pacientes) describió otras manifestaciones neurológicas como mialgias (dolor muscular) (14,9%) y cefalea (dolor de cabeza) (13,6%) (Guan et al., 2020).
Es importante destacar que se ha evidenciado que el tipo de presentaciones neurológicas en los pacientes de COVID-19 se asocia con la gravedad de la enfermedad; los accidentes cerebrovasculares, las convulsiones, la ataxia (falta de control muscular), los trastornos de la conciencia y las miopatías (enfermedades musculares) ocurren con más frecuencia en las formas graves (45,5%) que en las formas menos graves (30,2%) (Mao et al., 2020) y (en varios casos) constituyen complicaciones neurológicas que ponen en peligro la vida del paciente (Carod-Artal, 2020).
Estudiando la anosmia y la disgeusia
Por otro lado, la pérdida del olfato (anosmia) y la alteración del gusto (disgeusia) son síntomas tempranos en el curso de la infección. Estas alteraciones no fueron descritas en los primeros reportes, evidentemente porque poco se sabía del virus al principio de la pandemia. De hecho, fueron notificadas inicialmente por los otorrinolaringólogos (Lüers et al., 2020).
Una característica distintiva de las disosmias en COVID-19 es que aparecen relativamente temprano durante la enfermedad, en contraste con lo observado en el SARS (Severe Acute Respiratory Syndrome). Una segunda característica es que rara vez van acompañadas de rinorrea.
Uno de los primeros informes sobre disosmias (distorsiones de la percepción olfatoria) fue el de hiposmia (reducción de la capacidad olfativa) entre los pacientes de COVID-19 en Wuhan, China (Mao et al., 2020). Por otro lado, de 10.069 pacientes estudiados en Teherán (Irán), el 48,2% presentaba anosmia o hiposmia, con una pérdida abrupta de la anosmia en el 76% de los casos. De estos últimos pacientes, el 83,4% también presentaba disgeusia (Bagheri et al., 2020).
También se registraron trastornos olfativos y gustativos en el 34% de los pacientes de COVID-19 en Milán, Italia (Giacomelli et al, 2020). Una encuesta telefónica en las provincias de Treviso y Belluno, en Italia, analizó a 202 personas que dieron positivo al SARS-CoV-2. El 64% de los sujetos informó de disosmias o disgeusias (las cuales fueron más frecuentes entre los pacientes femeninos) mismas que aparecieron antes que otros síntomas en el 12% de los casos (Spinato et al, 2020). Además, en Munich, Alemania, en un estudio de 9 pacientes, 4 presentaron hiposmia, anosmia, disgeusia o ageusia (pérdida del sentido del gusto) (W€olfel et al., 2020).
Asimismo, un estudio psicofísico conjunto realizado en pacientes de COVID-19 (en 12 hospitales de toda Europa) mostró una incidencia muy alta (cercana al 76%) de estos síntomas y estableció correlaciones entre las disfunciones olfativas y gustativas; cabe señalar que las disosmias se presentaron antes que las disgeusias (Lechien et al, 2020).
Más estragos del COVID-19
A medida que la pandemia superaba la marca de los 6 meses, la anosmia y la hiposmia aparecieron con mayor frecuencia en personas asintomáticas (Boscolo-Rizzo et al., 2020), ligeramente sintomáticas (Spinato et al., 2020; Lechien et al, 2020), o bien, estas disfunciones del sistema olfatorio eran el primer síntoma (Boscolo-Rizzo et al., 2020; Lee et al., 2020a; Gautier y Ravussin, 2020). Incluso, en varios casos, eran los únicos síntomas de que el paciente se había contagiado de coronavirus (Hjelmesæth y Skaare, 2020).
Un estudio estadístico realizado en Teherán sometió a 60 pacientes confirmados de COVID-19 y a 60 individuos de control (distribuidos en parejas) a la prueba de identificación de olores de la Universidad de Pennsylvania (University of Pennsylvania Smell Identification Test (UPSIT)). Prácticamente todos los pacientes con COVID-19 (98%) dieron positivo en las pruebas de disosmia (Moein et al., 2020):
- Anosmia (incapacidad olfativa) (25%)
- Microsmia (disminuición del olfato) severa (33%)
- Microsmia moderada (27%)
- Microsmia leve (13%)
- Solo hubo un paciente con normosmia (capacidad olfativa normal) (2%)
El 60% de los participantes informó de la pérdida del olfato y el gusto, lo que llevó a los autores a sugerir que estos síntomas son un fuerte predictor de COVID-19 en individuos no sometidos a pruebas detectoras (Menni et al., 2020).
En otras pruebas se encontró una correlación estadísticamente significativa entre la disminución de la interleucina-6 y la recuperación del olfato tras el episodio de disfunción olfativa (Cazzolla et al., 2020). Las pruebas de olfato están disponibles para las disfunciones de la memoria olfativa (véase, por ejemplo, Frank y Murphy, 2020) y es probable que se utilicen con más frecuencia para evaluar el grado de pérdida del sentido del olfato y su recuperación en los pacientes afectados por el COVID-19.
Un largo camino por delante
Aún falta mucho por entender y estudiar acerca de los múltiples efectos nocivos que el coronavirus tiene sobre el organismo, tanto en el cerebro, como en los pulmones, el corazón y el sistema olfatorio. Hasta ahora se ha encontrado que algunas células de sostén, como las células sustenculares, pueden ser infectadas por el coronavirus, lo cual puede causar daños colaterales que incluyen la muerte de las neuronas olfativas (D.H. Brann, et al.). Por lo tanto, se cree que una de las causas de la anosmia (especialmente los casos más severos) es que el SARS- COV-2 provoca daños colaterales en las neuronas olfatorias.
Sin embargo, a falta de resultados concluyentes, todavía hay muchas otras teorías por comprobar, como la de que si la interleuquina-6, el CXL-10 y el TNF-α, que están presentes durante la tormenta de citoquinas, pueden dañar los nervios olfatorios (A.P. Cazzolla, et al). Este es uno de esos casos en los que la frase “el tiempo traerá las respuestas” es muy acertada.