Por Claudio López Bruzual MD
El enfoque clásico de la medicina tradicional (prevenir la muerte y tratar la enfermedad), que fue tan determinante para mejorar los índices de salud y vida, así como para el tratamiento de las enfermedades agudas e infecciosas, se ha tornado insuficiente.
Especialmente cuando entramos en un escenario como el que estamos confrontando en el siglo XXI, caracterizado por un aumento sostenido, tanto en el número de pacientes con enfermedades crónicas, como en la cantidad de aquellos que presentan múltiples comorbilidades del mismo tenor. Esta tendencia se ha convertido en el paradigma que le toca cambiar a la generación actual.
Definiendo la salud
A medida que ha ido aumentando la expectativa de vida de la población también se ha elevado la carga de enfermedades crónicas. Estas, por definición, son aquellas que no somos capaces de curar, por lo que requieren la acción sostenida de los sistemas de salud durante largo tiempo y, además, un consumo ingente de recursos.
Por lo tanto, estamos hablando de los múltiples matices entre la muerte y la salud, e incluso, a veces, de estados de salud que pudiéramos considerar peores que la propia muerte. Surgen entonces preguntas como: ¿qué significa ser saludable? ¿O quién determina cuando dicha condición está presente? Ya que la salud es aquello que nos permite sumergirnos en nuestra vida y en el mundo, debe ser definida y experimentada dentro de nuestra propia existencia.
Si bien nosotros los médicos nos hemos arrogado el derecho de tomar esas decisiones, el paciente es el productor primario y elemento definitorio de lo que es ser saludable. Aunque los cuidados sean capaces de ayudarle a adquirir cierto control sobre su vida, si no están relacionados con ese control vital pueden contribuir a asfixiarla. El paciente es el agente capaz de producir y disfrutar de la salud.
El rol del paciente
Mientras sigamos pensando que los médicos somos los llamados a definir lo que es salud para, consecuentemente, proporcionarla a los pacientes a través de nuestros cuidados, perdemos el foco en el individuo como fuente de su propia salud.
Con la afirmación anterior no quiero decir que el mejor camino para una salud centrada en el paciente deje de lado las bondades de las asesorías y el tratamiento médicos, pero sí podemos delinear algunos puntos que pueden ayudarnos a orientar la prevención y el manejo de las enfermedades crónicas. A continuación enumero tres aspectos que vale la pena analizar:
- No podemos asumir que la muerte y la enfermedad son los objetivos más importantes de los cuidados. Por eso no podemos seguir midiendo nuestro éxito clínico con las vidas salvadas pues no todas las muertes en personas de edad son prematuras o rechazadas por los pacientes. Estamos teniendo que afrontar temores mucho mayores, como una prolongación inapropiada de las vidas o dejar caer a los individuos en estados de deterioro peores que la muerte.
- Debemos ser capaces de profundizar en las perspectivas de nuestros pacientes para poder definir claramente la naturaleza del problema que estamos enfrentando y los criterios de éxito de nuestras intervenciones. No se trata de que el médico exprese los hechos sobre la enfermedad y sus alternativas de tratamiento para que el paciente haga una selección informada basada en sus propios valores. Se trata de abrir un espacio en la relación terapéutica para incorporar a la toma de decisiones datos como los síntomas, funcionalidad y calidad de vida, que sólo puede proveer el paciente. Ya que casi todos los cuidados relacionados con este tipo de enfermedades ocurren en su ámbito, es preciso considerarlo en la toma de decisiones.
- El norte de nuestro trabajo es el de privilegiar siempre el aumento de la capacidad del paciente para ocuparse de sí mismo y restaurar en él una acción vital significativa. En estos casos, el criterio de éxito terapéutico debe dejar de estar relacionado con la desaparición del proceso patológico, o incluso de los síntomas, para centrarse en ayudarlo a incorporarse a su vida. Hasta qué punto debemos controlar los síntomas en tales casos no es un hecho predeterminado.
En suma, de lo que se trata no solo es de incorporar la dimensión personal del paciente a la toma de decisiones, sino también de promover su autonomía y su capacidad de acción.